Luxor (Egipto), 12 de la mañana.
Paseando por la ciudad descubrimos un pequeño mercado que va introduciéndose poco a poco en las calles más oscuras de la ciudad.
Los mercados suelen ser lugares bulliciosos y llenos de puestos y personas que intercambian dinero por diferentes productos. Además los egipcios son famosos por el regateo que aplican en su negocio como un deporte popular.
Especias, verduras, pescados, carne, lo habitual en estos casos. Yo me doy cuenta que además por medio de la calle pasan también calesas y caballos con turistas pero no le presto atención. Para rebajar el calor los dueños de las tiendas van arrojando agua a la calle, lo que me gusta porque la temperatura cada vez era más alta.
De pronto, Mari Carmen se para y me pide que nos demos la vuelta, yo obviamente le digo que no porque me parece interesante lo que estoy viendo, en ese momento se me acerca al oído y me dice:
“Claro, como tú no tienes olfato no te das cuenta de que esto es insoportable”
Con los ojos como platos, me giro sobre mi mismo y veo que las boñigas de los caballos mojadas soltaban un vapor extraño, los peces del Nilo estaban sobre el suelo con los ojos blancos y llenos de moscas, había carne que llevaba horas al sol y encima nosotros llevábamos como todos los que estaban por allí despiertos bastante tiempo, por lo que también teníamos nuestra fragancia propia. Con una sonrisa, me di la vuelta y le dije:
“Creo que tengo un problema, pero es una ventaja para ti: Siempre hueles a rosas”.
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Pues para algunos lugares sí que eres afortunado por no tener olfato 😉 En las curtidurías de Marruecos no tendrás problema entonces. Genial respuesta para el final de relato. ¡Un saludo!